A kilómetros se oía el
alboroto. Aquella ciudad poseía tanto ruido, tanto ruido, que era inimaginable
comprender cómo se entendían.
Sus ciudadanos se saludaban a gritos unos a otros. Vociferaban y gritaban de forma natural. Si algo era especialmente importante se esforzaban
todavía más en elevar el volumen de voz por encima de aquel inarticulado sonido que componían entre todos y con que vibraban personas, casas y calles.
Tras varios días allí,
pronto se entendía que, por alguna extraña razón, todos los habitantes de aquel
lugar tenían severas pérdidas auditivas.
Con el zumbido aún en los
oídos si continuabas el camino, pronto se podía encontrar otra ciudad, donde
reinaba tal el silencio que pensarías abandonada hasta sentir a sus habitantes.
Sus vecinos apenas susurraban. Incluso andaban y se movían silenciosamente. Se
podía escuchar pájaros, insectos, que hacían eco de la sintonía de quietud y
sosiego.
Y es que, por alguna
extraña razón, todos los habitantes de aquel lugar eran total y completamente
sordos.
Autora: Raquel Valdazo.
Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413.
gracias...interesante...
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