Igual
que sus padres y hermanos, Ela era de sal, de los pies a la cabeza. Desde
pequeña Ela había sentido al mar desde el fondo de su
ser, pero en su casa estaba prohibido hablar del él pues era odiado y temido.
Nadie era ajeno al mar, de hecho todos los seres provenían de las
salinas del mar. Corriendo los años, el mar, a través del aire impregnaba con
su agua a los seres de sal, haciéndoles más débiles y vulnerables.
Ela recordaba que su abuela le hablaba del mar. Para su abuela,
anciana y enferma, el mar era un padre dulce, apacible, bondadoso,… Sin embargo
sus padres y sus hermanos le repetían que el mar era temible, peligroso,
implacable. Su familia estaba preocupada, pero cuanto más intentaban disuadirla
en su interés por el mar, más se empeñaba Ela en conocerlo. Ela desde niña, se
sentía atraída por él. Se sentía enamorada.
Por eso, la joven Ela emprendió un largo viaje hacia el mar. El
mar que la llamaba. Según se acercaba al mar, Ela se encontraba con otros seres,
que al contrario de ella huían del mar. Cuando conocían su destino, le pedían
“no vayas”. Pero Ela siguió serena su largo camino hasta que un día vislumbró
el ancho mar, azul, con olas blancas. Firme entró en la playa de arena fina,
fina como sus pies de sal.
Ela se metió poco a poco en el mar, dedos, pies, tobillos,... Mientras
se desvanecía despacio, y antes de que el mar le abrazase por última vez, Ela era
feliz porque ya, por fin, sabía lo que era el mar: el mar era ella.
Inspirado en el cuento de “La muñeca de sal” y en la canción coreana “ 손목 소금”.
Autora: Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413.
Hermoso cuento
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