Marianela nunca tuvo una vida fácil. Sin embargo, con fuerza, decisión y responsabilidad había vencido cada obstáculo que fue encontrando. Aunque no era consciente de ello, había sacado una conclusión de ese aprendizaje: nunca, de ninguna manera, ninguno de sus hijos pasaría por todo aquello.
Marianela
es una bonita mariposa; con sus fuertes y ejercitadas alas, vuela a su antojo,
disfrutando de la perspectiva. Estaba muy atenta a su hijito, una oruga
pequeñita. No se alejaba de él. Le quitaba las hojas secas, para que comiera
sólo las más sabrosas. Estaba atenta de defenderlo contra diversos enemigos;
incluso en las noches frescas, dormía junto a él por el frío.
Las otras
mariposas no estaban tan pendientes, pero a Marianela aquello no le importaba.
Sólo quería que su oruga no pasase sus calamidades.
Así, con el
paso del tiempo, la pequeña oruga llegó con facilidad a un buen lugar donde
elaborar su nido de seda. Marianela miraba orgullosa cómo su hijo estaba a
punto de transformarse en adulto. Se sentó a esperar y esperar. ¿Y si le
ayudara un poquito? Quizá si rompiera un poquito el capullo de seda… Primero
hizo un pequeño agujero, luego dos, luego tres,… Desde fuera Marianela podía
ver las preciosas alas de su hijo. Su hijo se esforzaba por librarse de su
capullo y Marianela decidió ayudarle más y más al fin.
En poco
tiempo había espacio de sobra para salir. Pero aquella mariposa nunca voló,
pues para poder volar las orugas necesitan ejercitar sus recién estrenadas alas
rompiendo el firme y resistente capullo de seda.
Hoy
Marianela está bien, volando y dejando a sus hijos recorrer su propio camino.
De vez en cuando, vuela para ver sus recorridos, sonriendo ante sus errores y
adversidades.
Autora:
Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413.
Penosamente por querer ayudar a su hijo le quito la posibilidad de vivir porque las mariposas necesitan ese terrible esfuerzo de romper el capullo... no entiendo como no lo sabía...
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