Tomás y Andrés eran quintos. Coincidieron de forma fortuita en unas vacaciones como compañeros de habitación.
Tomás y
Andrés empatizaron enseguida.
Mi vida ha
sido un horror, me quedé sin padres siendo un niño pequeño y del orfanato pasé
a primeras filas de infantería donde me hirieron. Aún hoy me duele esa herida. La
postguerra me arrebató a un hijo. Me he esforzado año tras año para tener una
vida digna y cuando por fin, lo había conseguido, me quitan a mi esposa. Aún no
sé qué hago aquí. Hoy aún creo que mi vida es una maldición.
El otro le
escuchaba atentamente.
Siento que
hayas tenido tan mala suerte. Mi vida no ha sido tan mala. Corrí tu suerte en
filas, pero fue a mi favor, pues apenas ninguno de mis compañeros volvió con
vida. Gracias a la herida conocí a mi esposa, que he amado hasta que murió.
Conseguimos sacar adelante a tres hijos que son felices, y fuimos prosperando y
disfrutando de la vida en la medida que venía. Aunque mi mujer ya no esté,
tengo a mis hijos y a mis nietos. Estoy aquí gracias a la buena salud que
siempre tuve. Hoy aún creo que mi vida es un milagro.
Aquella
noche ambos se fueron a la cama con una extraña sensación. Ambos tardaron en
dormirse y ambos cayeron en brazos de Morfeo, pensando que, al fin y al cabo,
respecto a su vida, sólo se remitían a los hechos.
Autora:
Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413
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