El águila, antes de ser águila, no sabía volar.
El águila, antes de ser águila no podía dejar de hablar.
Hablaba y hablaba.
Hablaba sin parar. Hablaba despacio, hablaba deprisa. Hablaba mientras andaba, hablaba mientras comía, mientras dormía. El águila no podía escuchar.
Pero el
águila no escuchaba. El águila hablaba y hablaba. Hablaba sin parar. Hablaba
cuando reía, hablaba cuando lloraba. El águila no podía escuchar.
Pero llegó
un día donde el águila calló. Un silencio abismal, tupido, profundo e
insondable la cubrió. El águila ya no habló más. Empezó a mover sus alas con todas
sus fuerzas para romper el inquebrantable silencio que la aprisionaba. Luchó
luna, sol y luna. Cuando salió de nuevo el sol, el águila dejó de luchar, y en
ese momento escuchó… el silencio.
Fue entonces cuando el
águila desplegó majestuosamente sus alas, miró al cielo y voló.
Autora: Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413
Relato inspirado en leyenda nativa americana.
Hay que vaciarse de palabras, para poder escuchar... y volar.
ResponderEliminarUn abrazo, certera Raquel.
Muchas gracias Charo por tu comentario. Qué bonito lo de vaciarse para poder escuchar...y volar.
ResponderEliminarVamos entonces a por ello.
Otro abrazo para ti.