Nabil se enamoró perdidamente de Kaamla. Kaamla era perfecta: honesta, verdadera, fiel, pura, rigurosa, siempre cumplía con su deber. El deber era su virtud. Cumplirlo su guión de vida. La práctica, el tesón y la voluntad, sus herramientas. Ella simplemente hacía lo que debía hacer. Lo que era su obligación. Nabil la admirada, Nabil la reverenciaba, Nabil la adoraba. Y se dispuso a conquistarla.
Kaamla fue,
poco a poco, seducida por todos los halagos de Nabil. Kaamla se sentía
cortejada y aunque desconcertada, le gustaba. Sin embargo para Kaamla era
difícil admitir el agrado hacia algo que no fuera el deber. Y aunque lo intentó
no pudo mostrar a Nabil los sentimientos que habían empezado a florecer.
Nabil
pensó, sin embargo, que todo lo que estaba haciendo no era suficiente. Nabil
vivía atormentado, obsesionado. Día y noche pensaba en alguna prueba de amor
que fuera realmente digna de su amada. Algo para ofrecerla, para cautivarla,
para que ella supiera lo que representaba para él.
Ante su
desesperación, Nabil hizo algo que nunca hubiera ni siquiera pensado. Nabil
sustrajo la pieza más valiosa de una exposición del museo, una pieza original,
una pieza única, una pieza que sólo había pertenecido a emperadores y zares,
una pieza sólo digna de su amada. Por eso, por ella y para ella, hizo la
imposible para poder sustraerlo sólo por una noche y devolverlo por la
mañana, sin que nadie se percatara.
Todo estaba
preparado, decoración, cena, música, baile. Todo era perfecto. Al final de la
noche, Nabil obsequió a Kaamla con el mayor tesoro, fuera del alcance de todos.
Aquél sólo digno de ella. Kaamla aquella noche fue feliz.
Al día
siguiente el tesoro volvió al museo. Había grandes colas para poder admirar
toda la obra, y entre tantas personas, estaba Kaamla. Cuando Kaamla se paró
frente a la obra, su respiración se cortó, sus mejillas ardieron, su cabeza impactó.
Aquella pieza, aquella pieza era la que había tenido ella aquella noche.
Así fue
como, en su desesperado intento de conquistarla, Nabil perdió a Kaamla para
siempre. Kaamla nunca volvió otra vez a ser feliz, pero aún hoy piensa que hizo sólo lo que tenía que hacer.
Autora: Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413
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