La mujer, desesperada,
corrió hacia el único vecino del pueblo que tenía coche. Aunque hoy el pueblo
está a 10 minutos de la capital, por aquel entonces, entre aquellos caminos, y
el sorteo de vacas y rebaños, tardaron casi una hora.
El niño
estuvo 7 días en el hospital y se repuso milagrosamente. Sin embargo, no emitía
sonido alguno. Los médicos aseguraron a
los padres que el niño estaba bien y no entendían la pérdida de voz.
Así pasaron
meses hasta que un buen día el médico se acercó para preguntar por la suerte
del muchacho. La madre le explicó que el niño estaba bien, pero que desde el
día que le vio no había vuelto a emitir sonido alguno.
El médico
doblemente sorprendido se encaminó meditando a su coche para seguir la ruta
rural. En el camino había un hombre dirigiéndose enfadado a un muchacho:”Nunca
aprenderás, jamás. Eres un inútil.” El
muchacho estaba nervioso y era incapaz de hacer lo que le pedían.
El médico viró
de pronto y entró de nuevo a la casa, esta vez para ver al niño, al que dijo:“Hijo,
no estás muerto, ya estás bien, ¿lo entiendes?”
El niño
asintió, pero el médico insistió: “Puedes hablar, no estás muerto. ¿Entiendes
lo que te digo?”
El niño
balbuceó un tímido “Sí”.
Poco a poco empezó a hablar y la anécdota quedó
enterrada en el olvido.
Hoy, este
niño hecho hombre, a veces se sienta en los parques y oye, con asombro y cierto
temor, las pequeñas grandes sentencias emitidas de adultos hacia niños.
Autora:
Raquel Valdazo. Psicóloga ámbito clínico. Colegiada M-22413
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