EL EMPERADOR

El Emperador era fuerte, valiente, seguro, firme, libre, infalible. Benazir se sintió cautivada desde el día en que le conoció y cuando el Emperador dio con Benazir quedó igualmente prendado por ella.

El arte de la guerra y la milicia, disciplinas y batallas era lo que conocía como vida el soberano; continuas reuniones con reyes, delegados, consejeros, ocupaban por completo la vida del Emperador.

Benazir acomodó sus segundos, minutos, horas y días a la vida del Emperador. Benazir pudo tener haciendas, pero rehusó; pudo tener palacios, pero rehusó; pudo tener joyas, pero rehusó; pudo tener riqueza pero rehusó. Benazir no aceptó ninguna de esas cosas,  no las quería. Benazir sólo quería estar con el Emperador.

En la siguiente estación, con la llegada del frío, el emperador tuvo que marcharse por problemas de guerra en la frontera. Antes de que Benazir se diera cuenta, el emperador había desaparecido, al igual que los últimos días de calor.

Benazir esperó. Benazir esperó noche y día, Benazir esperó días y semanas, Benazir esperó semanas y meses, Benazir esperó meses y años.

Y entonces el Emperador volvió. Cuando Benazir se reencontró con él entendió que se sentía tan cautiva como la primera vez. El Emperador era fuerte, valiente, seguro, firme, libre, infalible.

El emperador a su encuentro de nuevo le ofreció propiedades, le ofreció mansiones, le ofreció tesoros, pero Benazir rehusó. Benazir no aceptó ninguna de esas cosas,  no las quería. Benazir sólo quería que el Emperador quisiera estar con ella.

Y de nuevo tras una estación, el Emperador se marchó inesperadamente ante un ataque desde el mar.  Al igual que la primera vez, el Emperador acudió a su cita con el combate, con su ejército y su milicia, y en el fragor de la batalla desapareció definitivamente entre sus conquistas y líneas defensivas.

Mientras Benazir esperó, anclada en la melancolía. El anhelo y la nostalgia invadieron su vida, trasformada en tan sólo el recuerdo de su deseo.

Autora: Raquel Valdazo. Psicóloga colegiada M-22413