LA PRISIÓN


Anisa era, como es ahora, obediente y buena, con un enorme corazón, de gestos amables y nobles. Nunca se desprendió de su inocencia.
Anisa siempre había escuchado atentamente a sus cuidadores, maestros, médicos y doctores. A Anisa le daba miedo todo, lo blanco y lo negro, lo grande y lo pequeño, lo cierto y lo incierto, pero a lo que más temía, era a no hacer lo que tenía que hacer.

Anisa se fue volviendo tímida, muy tímida. Tan tímida que ya de adolescente la llevaron a ver a un sabio. El sabio le dijo exactamente lo que ella tenía. Además añadió que no había cura para ello. Anisa, era ya una adolescente inteligente y despierta, y siendo tan obediente comprendió que el sabio tenía razón. Así, empezó a ver la vida desde los grandes ventanales de su precioso palacio.

Una vez, como inteligente que es, tenía que realizar una prueba para un bonito trabajo, pero para ello tenía que salir del palacio. Así, salió del palacio para acudir a su prueba, pero entonces recordó que tenía una enfermedad que no tenía cura, y volvió al palacio.
Otra vez, como mujer que es, conoció a un joven y se enamoró, pero para su encuentro tenía que salir del palacio. Así, quiso salir por la puerta del jardín, pero entonces recordó que tenía una enfermedad que no tenía cura, y volvió al palacio.
Aún otra vez, como curiosa que es, quiso hacer un viaje, ver cosas distintas, conocer gente nueva, pero mientras pensaba en qué preparar para ello, se dio cuenta nuevamente que no podía salir del palacio. No podía salir del palacio.

Desde sus ventanales, veía pasar la vida de las personas que no tenían su grave enfermedad. Alguna vez, desde fuera, le invitaban a salir, pero ella, muy amable y atentamente, agradeciendo de corazón, explicaba, simplemente, que tenía una grave enfermedad y que nunca podría salir del palacio.
Así, ya que no podía salir del palacio, desistió del trabajo que hubiera querido, del hombre que hubiera querido, del viaje que hubiera querido.

Un día, por casualidad, se encontró a una persona en el palacio. Anisa, muy amable y atentamente, le habló sobre su grave enfermedad y su incapacidad para salir del palacio. La persona, después de escucharle atentamente, le preguntó si había grandes cerraduras que le impidiesen salir del palacio; Entonces Anisa le hablo de las interminables cadenas que sellaban las puertas.

Sin embargo, días después, Anisa se dirigió a la puerta principal. Allí no se hallaba ninguna cadena, ni candado, ni cerrojo, ni cerradura alguna. Sólo un sencillo picaporte. Temblorosa, conteniendo la respiración, Anisa tomó el picaporte y lo giró. La puerta no sin cierta dificultad, se abrió y el aire de otoño, impregnado del olor de las hojas del jardín envolvió a Anisa en una inmensa paz y felicidad.

                                            ¿Quieres abrir tu puerta?

Autora: Raquel Valdazo

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